El niño, la casa y los bichos: ‘Nuestra piel muerta’ de Natalia García Freire

Eduardo Irujo
Papel en Blanco
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4 min readNov 20, 2021

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«La literatura se basa en las contradicciones, las contradicciones vienen de las vacilaciones y las vacilaciones vienen de las distancias que uno ha tomado mucho tiempo atrás»[1]

Hebe Uhart

Cubierta del libro de Iban Barrenetxea

Hogar. Palabra idílica con connotaciones familiares. «Pero las casas también envejecen y dudan». Nuestra piel muerta de Natalia García Freire (Cuenca, Ecuador) gira, ahonda sobre las imágenes e historia de Lucas, el niño protagonista. Publicada, en 2019, por La Navaja Suiza editores y con la maravillosa ilustración de cubierta de Iban Barrenetxea ha tenido cierto éxito y reconocimiento lector. No es para menos.

«Lo más importante para escribir es la atención, atender bien lo que hace y cómo se comporta mi personaje. Si yo atiendo eso, estoy haciendo literatura»[2]

Una casa importante. Cuatro mucamas que trabajan en el hogar sirviendo a la mujer, el padre («Usted tenía razón, padre. Siempre la tienen los muertos») y el niño. Las categorías, nombrarlos así no es baladí. Como en toda novela de misterio o terror, dos hechos banales dan comienzo a la acción: el mugido incontrolable de las vacas y la aparición de dos desconocidos. Tenemos los mimbres. Antes ya conocíamos que el padre ha muerto, en las primeras líneas se ‘desvelan’ los acontecimientos que Lucas intentará ordenar. Ha vuelto a la casa paterna. En el recuerdo, la madre, los libros, el jardín y los insectos.

[Alerta: estos sobrevuelan, acechan, pican, arrastran, engullen la narración: «Ellos son minúsculos, hermosos y leales»

«y qué música bellísima escuchaba, padre, cuando volaban; eran alas y eran vida, bendita simetría que susurra»]

«Las mantis religiosas se mueven, las vacas rumean, los pájaros silban y yo me caliento el cerebro con tantas palabras por segundo hasta estrellarme contra todas las masas del universo»

Conocemos cómo estos dos hombres, grotescos, enormes y monstruosos, se quedan en la casa acogidos por el padre. Cada vez el espacio les pertenece más, el resto de personajes desaparece o se difumina en su presencia. Ocupan las habitaciones, las comidas e incluso el piano. Sus caballos son negros como la muerte.

Lucas recuerda las clases de su profesor, el jardín de la madre y los bichos, plantas y flores.

Cada descripción nos acerca al mundo interior del niño, sus obsesiones, sus miedos y recelos y, sobre todo, el afán de venganza. Matar al padre (si se me permite la manida y socorrida cita del chamán de Viena).

«Me escuchaba sin mirarme, como si mis historias lo llevaran a otro lugar. Necesitaba el sonido y las palabras para pensar en algo que yo no entendía: parecía usar mis palabras para fabricar algo nuevo y sórdido»

La lectura del libro nos atrapa, nos envuelve, nos agobia. Convierte el entorno y las divagaciones del niño en ‘nuestra piel muerta’, esos jirones de miedo y literatura enorme que se cierne sobre los atónitos ojos de lectores y lectoras. Un ejercicio encapsulado, sutil y hondo.

«Ahora lo sé:

esta casa es

la lucha intensa de la vida contra la muerte.

Brotan de sus infiernos alimañas y ratas

que se mastican las sobras fermentadas

de lo que vino alguna vez a morir en un rincón.

A las siete si baja el sol

la casa enciende su zumbido:

los bichos vibran

como una esfera de circo

revoloteando motocicletas hasta el clímax hasta el desmayo.

(…)

sin sospechar que habríamos de sobrevivir

artificiales invasiones de mosquitos, gusanos

cucarachas

insectos que no han recibido nombre todavía

en lo que va del mundo.

Yo emprendí el camino: “te llamaré aleteia”; “excelente ejemplar de

insectirraptor”,

pero el nombre no doma la fiereza de lo que así brota.

(…)

Hace tantos años

forjamos escondites.

Pero todos los rincones están habitados

por la intensidad inagotable de la vida

en esta casa

que es la lucha de la vida contra la muerte

y nosotras somos la muerte.»[3]

Nía Cabellos

[Pola Rubio]

[1] Liliana Villanueva: Las clases de Hebe Uhart, Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2017, p. 55

[2] Ibidem, p. 62

[3] Nía Cabellos ‘La casa’ en VV.AA.: Liberoamericanas. 140 poetas contemporáneas, Liberoamérica Ibérica, 2018, pp 15–16

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Ex-librera, heavy reader. Lector curioso. Arqueólogo, historiador, profesor de secundaria. Papel, historia, libros, memoria.