‘Los mitos de Cthulhu’: las visiones de Esteban Maroto

Planeta hace las delicias de todos lovecraftianos recuperando las adaptaciones que hizo este dibujante

Papel en blanco
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Los mitos de Cthulhu

Howard Phillips Lovecraft es hoy en día considerado como uno de los maestros del terror contemporáneo, un escritor que revolucionó el género de horror en el primer tercio del siglo XX y que influenció de manera decisiva no sólo en varias generaciones de autores (ahí está, sin más, Stephen King o Ramsey Campbell, o incluso Clive Barker), sino que tuvo un impacto en la cultura popular que cada vez es más visible. Quien más quien menos ya reconoce la figura tentaculada de Cthulhu, aunque muchos no sepan exactamente qué es o de dónde viene.

Los mitos de Cthulhu

Lovecraft es el responsable del “cuento materialista de terror”, y de la construcción de un panteón de dioses primigenios que en un pasado remoto habitaron el planeta y que algún día volverán a reclamar lo que era suyo. Ante esto, el hombre no es más que un simple peón, una marioneta en un juego cósmico que escapa a su comprensión. La fama de Lovecraft llegó tarde, mucho después de su muerte, con la enconada lucha de amigos y discípulos como August Derleth por dar a conocer ese nefando universo de horrores antediluvianos. Pero su pertinaz lucha tuvo finalmente sus frutos.

No fue hasta los años 70 que empezó a reconocerse el mérito de nuestro autor y llegaron las primeras traducciones al español. Y pronto llegaron también las adaptaciones al cómic: en aquel momento, las revista de tebeo, muchas veces temáticas (terror, ciencia-ficción, fantasía) vivían su época dorada: Cimoc, Metal Hurlant, Totem… En 1982, el excelso dibujante Esteban Maroto se embarcaba en la empresa de adaptar a Lovecraft gracias a un encargo de Bruguera, que finalmente no sería completado al entrar en quiebra. En el tomo que Planeta acaba de editar, Los mitos de Cthulhu, figuran adaptados tres de los relatos canónicos de Lovecraft: ’La ciudad sin nombre’, ‘El ceremonial’ y ‘La llamada de Cthulhu’, tres historias que sirven muy bien para conocer el tipo de terror que buscaba el soñador de Providence.

José Villarubia, en el prólogo a esta edición de Planeta, compara estas adaptaciones a otras muy recordadas entre los aficionados: las del argentino Alberto Breccia, que hace un tiempo reseñó Sarah. Y lo hace tildando a estas últimas un poco peyorativamente de demasiado abstractas. Efectivamente, es cierto que Breccia usó a conciencia la experimentación en su aproximación, pero lo hizo por un motivo muy claro: el horror de Lovecraft no tiene nombre; de tan ajeno a lo humano no puede ser pensado. Breccia esquivaba de esta manera el hecho de tener que poner imágenes aquello que no puede describirse.

Maroto, en cambio, se muestra mucho más mundano. Más gótico si se quiere: oscuro, ominoso, jugando de manera excelente con luces y sombras, pero explícito. Su interpretación, por ejemplo, del dios Cthulhu, es de todo menos el lugar común que es hoy en día (evocado normalmente como una especie de elefante con tentáculos, garras y alas de murciélago). Pero es que Esteban Maroto era fundamentalmente un autor de género fantástico, su campo era más bien el de la espada y brujería, a pesar de que se manejaba bien en el terror. Villarubia acusa a Breccia de usar textos demasiado cargados, pero es que el enfoque narrativo de Maroto no es muy diferente: sus viñetas son bastante redundantes (lo que vemos en el dibujo es lo que dice el texto), pero todo se le perdona al observar la minuciosidad de su trazo, la creación de atmósferas de ensueño y pesadilla.

Los mitos de Cthulhu

A pesar de que estas adaptaciones han sido publicadas alguna vez con un color ajeno a Maroto, Planeta ha decidido optar por la edición de las planchas originales en blanco y negro, ganando en autenticidad y pudiendo así paladear mejor el uso de los contrastes en los que el autor es un maestro.

No cabe duda, con todo, que no podemos sino congratularnos por la reedición de este espectacular material, que hará las delicias tanto de los lovecraftianos de pro, como de los lectores que conozcan la obra del inmenso Maroto.

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