Memoria, crónica y viaje: dos libros de Virginia Mendoza entre Armenia y la España vaciada

Eduardo Irujo
Papel en Blanco
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4 min readJul 31, 2019

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“Descubrir inesperadas afinidades, pueblos y amigos compartidos, en ocasiones parentescos lejanos que aparecen al hilo de esa conversación sin prisas, que surge espontánea cuando no hay otra cosa que hacer. Y ver, al mismo tiempo, correr el mundo hacia atrás, encuadrado por una ventanilla y por las ventanillas de la imaginación y del recuerdo” José Antonio Gurriarán

Heridas del viento. Crónicas armenias, La Línea del Horizonte, 2018

y

Quién te cerrará los ojos, Madrid, Libros del KO, 2017

Portada del libro (Foto E.I.)

Trazar un itinerario. De libro a libro, y leo porque disfruto de las historias narradas por Virginia Mendoza. Comienza mi historia con este libro en 2015, una autoedición y un reto como librero. Encontrar y contactar a la autora, Heridas del viento. Crónicas armenias con manchas de jugo de granada era el título original. Llamadas y correos electrónicos en busca de la escritora. Por fin, la respuesta y el encuentro con el libro. Una portada más intensa, cobriza. Durante tres años, esta primera edición sigue su curso, ejemplares que se reservan, el boca a oído funciona.

Después, en 2018, un correo anticipa la nueva edición en La Línea del Horizonte, la necesidad de retirar los ejemplares de la anterior y, por fin, el cruce con la autora en carne-hueso y papel.

Hay un aurea que rodea este libro desde sus inicios. Una invocación al viejo oficio de contar. Primero escuchar. Una primera lectura palpitante. La escritura tiene la inmediatez de una mesa armenia puesta para agasajar al caminante, al viajero.

La historia nace de un abuelo que aparece en la duermevela. Y que inculcaba a la autora un mandato, como observa Ander Izagirre en el prólogo:

“A mí me parece que ese sueño le daba también otro mensaje: que escuchara a los viejos”.

La memoria se construye en una conversación sin prisa, en un idioma que apenas se maneja. Con la ayuda de intérpretes, una comida, una vereda o un coche. Universales espacios de comunión, es decir, de comunicación. El libro se construye, se hila bajo cuatro epígrafes: silencios, voces, estelas y líneas. Emprendemos ese viaje de la mano de la escritora rememorando el eco de las montañas, los recuerdos y los miedos de un pueblo inexpugnable.

“Si algo está por encima de mapas y planos en Armenia es la creación y fortalecimiento de lazos sociales. Lo primero sólo puede lograrse interactuando con desconocidos y perderse suele ser una buena excusa para conocer gente en cualquier rincón del mundo”

La ausencia de la palabra. Intentos vanos de olvidar. Algo impensable e imposible. Armenia es como esas fuentes que se construyen por los muertos y los desaparecidos, donde el fluir del agua es el reflejo de la memoria y, de ahí, el deseo de recordarles mientras siga brotando agua de la fuente:

“- Esta fuente es más pequeña que todas las demás. Solo mide sesenta centímetros. Los vecinos más altos se quejaban y yo les decía que la había hecho así a propósito: puse una foto de Jachaturian en la pared y, así, cada vez que alguien bebe agua, no tiene más remedio que hacer una reverencia ante él -explica a la vez que se inclina como si bebiese agua-. Además, es mucho mejor para los niños. Como no necesitan que los adultos les ayuden a subir, en esta fuente se sienten mayores e independientes y eso les gusta”

Construir un futuro sobre las ruinas y el dolor del pasado. Es la esencia y el testimonio que nos trasmite este magnífico libro de viajes. Siguiendo el hilo invisible entre espacios y lugares olvidados, dos años después, Virginia publica un libro de crónicas/entrevistas a otro mundo que desaparece. La Laponia española -como se la ha denominado- es una franja inmensa de campos, tierras, poblados y gentes que desaparecen bajo un manto de silencio. Lo que intenta la autora en Quién te cerrará los ojos (Libros del KO, 2017) es restaurar el tiempo, esculpir y atar el discurso a esas pedanías que se extinguen.

Portada del libro. Ilustración Buba Viedma (Foto E.I)

“La muerte ahora es la prisa y el ruido”

Relatos de lugares y espacios que, deshabitados, acaban muriendo, provocando la pérdida de una transmisión entre la geografía y los hombres y mujeres que lo habitan.

Y un hilo, abuelo que cava su tumba. Refugio de tierra.

Hablar, narrar, escuchar junto a la lumbre la historia viva, renqueante. De espacios lejanos a una arcadia feliz pero llenos de dignidad, lucha, tesón y esfuerzo. Virginia Mendoza sigue empeñada en ‘dar voz’ a los olvidados, mujeres y hombres de tierra cuyas voces no llegan como ecos espectrales de lo que realmente somos.

Sal y tierra al albur del aire y de la lluvia. Al regazo de una anciana que entona una canción todavía no perdida, cuya melodía nos traza los eslabones hasta donde cantábamos a la luna y las estrellas en noches despejadas. Y, sobre todo, sin olvidar el enorme sacrificio y trabajo que se extiende sobre una huerta, unas ovejas o unos montes que apenas reconocemos ya.

“Victoria suspira; las mujeres como ella suspiran un montón. […] El suspiro es la resignación de la mujer silente; es la súplica, el lamento, el clamor, la nostalgia, el ofrecimiento ante la muerte y el agradecimiento a la vida: es el quejido y el anhelo”

En un mundo cada vez más fragmentado, más acelerado y menos hospitalario, necesitamos más historias como las comprendidas (e incomprendidas) entre estos dos libros.

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Ex-librera, heavy reader. Lector curioso. Arqueólogo, historiador, profesor de secundaria. Papel, historia, libros, memoria.