‘Nos queda lo mejor’, de Isabel González

La autora vuelve al espacio contenido de los cuentos

Eduardo Irujo
Papel en Blanco

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«Quizá lo que más le gustaba (…) era justo esto. Inventar historias. Reordenar el mundo»

«Después mi franqueza se convirtió en autonomía, mi autonomía en soledad, mi soledad en cinismo y aquí estoy, pide por esa boquita»

Nos queda lo mejor

Hace exactamente 10 años la editorial Páginas de Espuma publicaba el primer libro de relatos de Isabel González: Casi tan salvaje (2012), unos textos maduros, que narraban lo cotidiano desde la (des)mesura de lo banal. Pequeños afiches que nos seducían ante lo ordinario. Cinco años después, publicó la novela Mil mamíferos ciegos (2017) con la editorial Dos Bigotes. En ella, el lenguaje se vuelve elástico, envuelve a quien lee y le traslada a niveles oníricos, donde la naturaleza y el protagonista se vuelven uno.

Obras de Isabel González.

Y ahora, vuelve al espacio contenido de los cuentos, con una escritura que se concentra, centra, concatena en eslabones más cortos para narrarnos, de nuevo, lo ‘habitual’, lo ‘común’.

«Usar el esfuerzo como unidad de medida engrandece el desconcierto y corrompe la inclinación natural. Pero no acaba con ella. La habilidad natural resiste en un cuarto sin ventanas, al fondo de la casa, y la luz de ese cuarto nunca se apaga»

Este nuevo libro de Isabel González, Nos queda lo mejor, Páginas de Espuma (2022) vuelve a mostrarnos la agudeza y capacidad descriptiva de la autora. Doce cuentos separados por las estaciones y los meses. Comenzamos en verano, en junio. Un primer cuento impactante, desconcertante e irónico. ¿Cuánto de real tiene lo que vemos?

«Daban miedo: brujas de más de setenta.

Daban paz: ellas conjuraban los males.»

Mujeres ancianas. Abuelas, madres. Imágenes de una piscina cualquiera en julio. La búsqueda de la felicidad en los pequeños detalles. Así se narra el segundo relato y engarza uno tras otro, hilando esas biografías de mujeres olvidadas, apartadas, ninguneadas. Todos y cada uno de los cuentos -excepto el último, con su icono fálico en primavera-, nos hablan de ellas. Desde la ironía, la mala leche, el cariño y la rabia.

«Los chicos desaparecieron en su baño de chicos y ella, en el suyo de tanta gente: mujer, madre, discapacitada, minusválida, diversa funcional o como diablos se quiera expresar que el mundo no está adaptado a ciertas cosas»

Vagabundos, embarazadas, dentistas amantes, dibujantes, madre e hija y un largo elenco de personajes construyen el andamiaje de estos cuentos. Conversaciones, muchas, en cafeterías (espacio público) y casas (espacio privado/púbico), llevadas al límite del absurdo, de lo irracional, pero siempre atadas a la realidad palpable, a cada una de esas pequeñas derrotas que son la vida común, lo frecuente revestido en el estilo cáustico y corrosivo de la autora. Una lectura incisiva (incisa) en la cotidianidad.

«Lo mismo para todos y un detallito especial en tu honor, cariño. Personalizar lo llaman. No personal. Lo personal es hablar de cosas que no le interesan a nadie, salvo a ti, con alguien a quien tampoco le interesan, salvo por venir de ti»

Nos queda lo mejor

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Ex-librera, heavy reader. Lector curioso. Arqueólogo, historiador, profesor de secundaria. Papel, historia, libros, memoria.