‘Tener la carne’, de Carla Nyman

El monólogo delirante de una joven que acaba de matar a su novio sobre sus obsesiones y traumas

Marcela Fernández
Papel en Blanco

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La camaleónica autora Carla Nyman (Palma de Mallorca, 1996) publica su primera novela, Tener la carne, «donde el deseo y la muerte salen a tomar el sol», en palabras de Mónica Ojeda. La premisa es contundente y provocativa: una chica ha matado a su novio con la ayuda de su madre y ambas pasean su cadáver en una silla de ruedas por la playa de Garrucha.

Carla Nyman, fotografiada por Marcos Callejo

La protagonista, C., presenta una serie de «pruebas» ante «su señoría», especie de confesión de una falta grave cometida dirigida a una figura de autoridad, como una traviesa lazarilla del siglo XXI. El lector puede cuestionar la veracidad detrás de la elección de su destinatario: ¿está realmente C. apelando a un juez que atienda su confesión? Es algo que el lector no puede llegar a saber, pero, aunque el conjunto de pruebas sea realmente un monólogo que no llega a oídos de una autoridad, sino únicamente a los ojos del lector, no deja de ser una revelación de C. de sus pecados ante sí misma. Aunque no sea una declaración de un crimen ante la ley, sí se enfrenta a la autoridad y posible sanción de ella misma y su código moral. Es así como Nyman nos planta la semilla de la duda: ¿hasta qué punto ejercemos de censores y jueces de nosotros mismos? La novela nos permite un momento de privacidad, dentro del delirio de la narradora a solas consigo misma, para pensarlo, para alejarnos de la exigencia moral y ahondar en las fabulaciones de los ‘monstruos’ que podríamos llegar a ser.

Además, a Nyman le en interesa, en toda su producción, trabajar temas que suelen ser tachados de repugnantes y lo hace, macarra, desde el humor o el extrañamiento. Los cuerpos, los órganos que los componen y los fluidos que los recorren, y que solo exteriorizan a través de la excreción y el sexo, interesan a Nyman como un campo literariamente aún por descubrir. La autora propone repensar el rechazo y la predisposición al asco y al espanto, y lo hace humor mediante. La mirada de su narradora hacia su cuerpo, hacia el de su pareja (tanto en vida como ya un cadáver) y hacia el de su madre en distintas situaciones es una mirada sorprendida, de una niña que quiere jugar más, explorar más. De la misma forma que nos pone, lectores, cara a cara con nuestro cuerpo (en el que apenas reparamos, a pesar de cargar con él a todas partes), también lo hace con lo que nos asquea, lo que no queremos dejar traslucir, de nuestras preocupaciones, traumas y obsesiones. El mismo título, ya insinuante, juguetón, se interpreta tanto como reapropiarse del cuerpo (como ente físico, sintiente, deseante) como ejercicio de repensar el pudor respecto a él, esos pensamientos que todos tenemos pero que sancionamos.

El cuerpo de C. está marcado por el sexo, por el miedo a la pérdida, por su padre, por su madre, por los celos debidos a las infidelidades de su pareja. Bruno la ha engañado con otras mujeres, y la obsesión que le provoca descubrir los detalles de todo aquello que le ha sido ocultado la lleva a emprender una búsqueda tanto física como digital de la huella de estas mujeres anónimas en la vida de Bruno. Los celos, además, vinculan a C. y su madre: como Rosaura y Violante en la obra de Calderón, ambas mujeres están vinculadas por la traición del hombre, y la madre venga a través de su hija lo que no pudo vengar para sí, con el padre de C.

Deseo mucho ser una rama arrancada del árbol genealógico.

Tener la carne’, de Carla Nyman (Reservoir Books, 2023)

Intencionadamente, Nyman deja en el aire si la presencia de la madre en el momento de la muerte — y a lo largo de la novela — es material o si solo vive perpetuamente en la mente de la protagonista. ¿Dónde está el límite entre la madre y la hija? La voz de la una y la otra se confunden en una sola. La confusión de identidad se reproduce en la imagen de un cordón umbilical que quizá no se terminara de cortar jamás. Un mismo cuerpo duplicado, duplicados sus inseguridades y temores, sus duelos y dolores. Ambas arrastran una misma responsabilidad que va a tener su culmen en el asesinato de Bruno para catarsis doble. El tono satírico e hiperbólico de la violencia no se escapa, y la complejidad de los traumas familiares no deja de licuarse en la misma piscina en la que se ahoga el muerto.

No nos gusta nuestro propio cuerpo ni las cosas que es capaz de hacer, como si fuera algo distinto a nosotros. La cuestión del temor del qué seríamos capaces de hacer, de hasta dónde seríamos capaces de llegar, nos atraviesa como un puñal. La memoria del abandono en la infancia, de la traición y el duelo, nos hieren como un arma punzante. Sin embargo, no deja de haber en todo ello, lenguaje de por medio, un juego divertido y un tono refrescante. Como una conversación con amigos donde abrir los corazones y contar los miedos y recuerdos más tristes, para acabar concluyendo en un «bbbb fluuuurp glup plof!» con Carla Nyman.

El enamoramiento es una cosa rara. Se soportan posturas antinaturales durante mucho tiempo. Una se acaba incluso acostumbrando, vencida, a esa nueva forma de hacer. Y cuando el sujeto amado desaparece, plof, cuando ya no está, plof, una se encuentra desproporcionada, con un buen boquete que se apresura a rellenar con fajitas de pollo y verduras o con un cadáver.

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