‘Mestizos’, de Stephen Graham Jones

A la manera de una descacharrante ‘road movie’, el autor mezcla terror, humor gamberro, crítica social y retrato cotidiano para una historia de hombres lobo en familia

Aitor Poza
Papel en Blanco

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Cubierta de la edición americana de ‘Mestizos’ (‘Mongrels’)

Cuando era yo adolescente me fascinaba la criatura del hombre lobo. Creo que la culpa la tuvo Michael J. Fox y su ochentera película Teen Wolf, cuyo éxito en USA la convirtió en serie de animación de la que no me perdía ni un solo capítulo. Luego vinieron otras cintas que ya entrarían dentro del género de terror, auténticos clásicos a día de hoy, como Un hombre lobo americano en Londres y Aullidos, que consolidaron mi predilección por este monstruo clásico. Con el tiempo y gracias a productos como Hombre Lobo: El Apocalipsis, el juego de rol donde este monstruo pasa a convertirse en un campeón (a la par que peón) al servicio de Gaia en su eterna partida cósmica contra el Wyrm o la corrupción, adquirió, en mi imaginario, un matiz entre romántico y épico hasta entonces impensable. Hasta que vino Stephen Graham Jones y echó todas mis concepciones del hombre lobo por tierra con esta gamberra novela, Mestizos, en la que especula sobre cómo sería vivir, de verdad, en la piel de un cambiaformas y cómo su legado perviviría dentro de su familia.

De Stephen Graham Jones recientemente me leí su genial El único indio bueno (La Biblioteca de Carfax), merecedora de los premios Bram Stoker y Shirley Jackson a la mejor novela de terror de 2020, y, entusiasmado, no lo dudé ni por un momento y encargué este, su otro libro anterior y publicado en castellano por la misma editorial. Nada de mi bagaje sobre hombres lobos me había preparado para esta novela desmitificadora y, por decirlo de algún modo, materialista, con la que me he horrorizado y reído a mandíbula batiente a partes no precisamente iguales. Pero vamos por partes.

Mestizos, de Stephen Graham Jones

La historia de Mestizos está contada por el menor de una familia de cuatro miembros, un niño al comienzo del libro, que con el pasar de las páginas llega a la adolescencia, y del que nunca sabemos su nombre. Los otros miembros de su familia son su abuelo, cuyos dos hijos, Darren y Libby, son el tío y la tía del narrador, todos ellos cambiaformas, una condición que parece escapársele a nuestro protagonista, quien a pesar de contar con la edad nunca ha pasado por su primer cambio, hecho éste que se convierte en un estigma y una obsesión. Poco más sabemos de todos ellos, más allá de las batallitas que cuenta el abuelo, que Libby siempre se desvive para traer cuatro perras a casa trabajando en curros temporales y mal remunerados, que Darren es un vago rematado con una tendencia innata para meterse en problemas y de que nunca suelen parar mucho tiempo en un lugar, ya sea por un motivo u otro, lo cual revierte negativamente en la educación reglada del niño. ¿Se trata de una familia de clase baja del tipo “white trash” o existen cuestiones raciales de por medio? No lo sabemos, sólo que su supervivencia es precaria. Y eso sin contar el hecho de que el gen del hombre lobo corre dentro de su familia, lo cual siempre viene a complicar todavía aún más las cosas.

Stephen Graham Jones

Stephen Graham Jones demuestra su amor profeso hacia la figura del hombre lobo, nada más abrir su libro por el índice de capítulos, pues la mayor parte de los mismos encierran referencias a este monstruo en otros títulos de obras literarias (como La luna es una cruel amante, la novela de Robert A. Heinlein, o El año del lobo, un guiño al libro El ciclo del hombre lobo de Stephen King), cinematográficas (como La bendición del hombre lobo, resultado de retorcer el del clásico La maldición del hombre lobo, de Terence Fisher) o musicales (Ladrarle a la luna nos remite al álbum de Ozzy Osbourne). Este conocimiento del autor incluye, evidentemente, las convenciones sobre esta criatura, a las que subvierte, con una clara intención hilarante y, al mismo tiempo, con un interés manifiesto en dejar claro cómo sería la vida de un hombre lobo en nuestra realidad y cómo éste se las apañaría para sobrevivir, dando pie, por ejemplo, a explicar lo importante que es sacar la basura diariamente (tendréis que averiguarlo vosotros mismos, leyendo Mestizos). Pero el libro no sólo se limita a proporcionarnos un enfoque humorístico del monstruo, sino que a lo largo de toda la historia está muy presente la tragedia subyacente, más allá de los clichés de sobras conocidos por todos, y que radica en distintos elementos, desde la inocencia implícita en la parte animal de la criatura, a la original naturaleza de la transmisión de su condición, pasando por la inevitabilidad del desastre cuando la violencia se halla a flor de piel y tu estatus económico roza el umbral de la pobreza. Este último aspecto es especialmente indicativo de la crítica social, a veces muy sutil, que encierra la obra de Stephen Graham Jones, de ascendencia nativo-americana, como ya se vio en El único indio bueno. De igual manera es digna de mención la construcción que hace Stephen Graham Jones de ese mundo tan suyo y, al mismo tiempo, propio del hombre lobo, con sus reglas, convenciones y valores, un “lore” que resulta ser muy atractivo y le reporta al lector algunas escenas memorables, divertidas, tristes o terroríficas (después de todo, Mestizos participa de este género, como demuestra el hecho de que fuera finalista a los premios Bram Stoker y Shirley Jackson hace unos pocos años).

A nivel narrativo, Mestizos nos cuenta una historia que, saltando en el tiempo y volviendo a menudo al pasado, cuando el narrador era un niño, se construye en base a anécdotas que se van hilvanando a lo largo del vagabundeo de la atípica familia por el sur de los Estados Unidos. Esos episodios, generalmente breves, están contados de forma muy efectiva desde la perspectiva del niño y cómo ve el mundo y a los adultos. No hay que olvidar que la novela participa de la premisa de la iniciación o del aprendizaje, de manera que ese narrador infantil paulatinamente pasa a ser un adolescente en camino a convertirse en adulto, proceso doloroso que aquí se complica aún más al ligarlo al retraso en su monstruosa transformación física, que le lleva a albergar dudas y le crea diversos problemas emocionales e identitarios. Mestizos es, así pues, una de esas obras donde la adolescencia se halla vinculada a un elemento fantástico y terrorífico (el periodo vital obliga en cierto sentido), como también puede verse en la serie en cómic Agujero negro, de Charles Burns.

Retrato de Stephen Graham Jones a cargo de Evan Cagle, inspirado por ‘Mestizos’.

Por otro lado, la novela presenta unos personajes que, pasando por alto el que sean cambiaformas, resultan ser muy creíbles, y, para qué negarlo, consiguen que nosotros, como lectores, nos impliquemos emocionalmente con ellos. Así, sufriremos con el abuelo, cuyas batallitas encierran hechos terribles de esos que dejan huellas indelebles bajo la piel, o simpatizaremos con lo desastre que es el inconsciente de Darren, como también compadeceremos a Libby, quien se debate entre una relación tóxica y sus responsabilidades familiares. Y es que, al vernos enfrentados a temas universales como la familia, el crecer y convertirse en adulto o el amor, no podemos evitar sentirnos identificados con estos personajes tan cotidianos y cercanos como extraordinarios.

La obra está escrita en un estilo sencillo sin que por ello el autor renuncie a una prosa con una cierta cualidad poética en determinados pasajes, especialmente aquellos en los que la criatura aparece como parte del mundo natural. El contraste entre este elemento lírico por un lado, y la cruda violencia o la escatología con que aparece teñido el humor ocasionalmente por el otro, dan como resultado una obra original, que se devora con suma facilidad y que no nos dejará indiferentes.

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Combino la docencia en un instituto público de secundaria con un interés personal por promover la lectura. Sólo escribo acerca de lo que me gusta, sin spoilers.